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Antisana

Signis ALC

05 febrero 2019

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Casa Jóvenes en América Latina

La importancia de la reserva ecológica Antisana

La importancia de la reserva ecológica Antisana

SIGNIS Ecuador Joven – Crónica de Cristian Corral

 

Esta es la vida, obra y palabra de Augusto Granda, quiteño, amante de las aves e incesante protector de la vida silvestre; también de Patricio Muñoz, experimentado guardaparque, que, al galope de caballo, recorre cientos de hectáreas para apreciar y defender al puma, cóndor y oso de anteojos; es la historia de Antisana, que, con su imponente presencia, custodia los pajonales y páramos orillados a sus pies; es el verbo de antaño, que proviene de María Luisa e Inés, longevas mujeres, apostadas en el ingreso de una reserva; es la silente y no menos importante presencia de Mica, sábana de pequeñas aves y hogar de medianos peces.

 

Es el caminar de cientos de turistas, que recorren sus senderos para observar pequeños conejos saltarines; es el camino que he pasado para contarles esta historia, la que al inicio fue hogar del cacique Píntag y ahora es parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas; es la Reserva Ecológica Antisana, a la que se ingresa por el valle de los Chillos en la provincia de Pichincha, pero pertenece a la provincia de Napo; sin embargo su principal aliado, el volcán que lleva el mismo nombre, se muestra para todos, los de Quito, Papallacta, Cuyuja, Baeza y hasta el Chaco, donde aún atestiguamos lo gratificante que es ver un deslumbrante glaciar elevado.

 

Para el Ministerio del Ambiente de Ecuador, esta reserva es uno de los hotspots o zonas calientes de biodiversidad más importantes del país, ya que actúa como corredor ecológico entre dos áreas protegidas cercanas; la Reserva Ecológica Cayambe Coca y el Parque Nacional Sumaco, Napo – Galeras. Tiene una extensión de 120 000 hectáreas y un rango altitudinal de 1 400 a 5 758 m.s.n.m, altura del volcán Antisana y hábitat de 418 especies de aves, 73 mamíferos y 61 anfibios y reptiles, que, sumado a sus atractivos naturales, lo vuelven en un lugar no solo de conservación, sino de recreación, motivo por el cual es conocida por tener una de las 5 rutas ecológicas de deporte de aventura en el país, el sendero y laguna de La Mica.

 

Pero, Antisana no siempre fue reserva; eso no implica que no estaba protegida; en 1400 los pajonales y senderos de montaña pertenecían al General indígena Píntag, jefe de los Cayambes que vivió en el siglo XV, al servicio de Cacha Duchicela Shiry XV. Una de las principales anécdotas que describen a este caudillo fue su heroica defensa desde las montañas aledañas al Antisana, donde se resguardó con sus hombres y combatió a la invasión Inca. Hablar de la actual reserva, implica hacer una retrospectiva a una palabra muy común de nuestra América: la invasión, de la cual, esta no fue la excepción.

 

Tras el “descubrimiento de América” y llegada de los españoles, el territorio que ocupaban los Incas pasó a manos de la corona española y como esta iba de la mano con la Iglesia, los sectores aledaños a la reserva fueron regentados por la Curia, dejando una palpable señal de sincretismo en estas tierras, vigente hasta la actualidad, con el nombre de la parroquia ingreso a la reserva; “San Jerónimo de Píntag”, quedando más que claro lo mencionado hace momento.

 

Tuvo que llegar el siglo XIX y hasta 1900, fueron los ancianos dueños del tranvía de Quito, los que empezaron a adquirir estos terrenos, respaldados por su poderío económico. A partir de ese año, las familias Guarderas y Calderón, fueron delegadas para el manejo de la “Gran Hacienda” con un firme objetivo: la crianza de ganado y asistencia social a la Iglesia. En 1977 Don José Delgado, padre, compró la gran hacienda, que para ese tiempo se llamaba Pinantura y albergaba lo que hoy en día es la Reserva Ecológica Antisana.

 

En la hacienda, existían 20 000 cabezas de ganado. Los rodeos chagras duraban cerca de un mes y Antisana era popular por abastecer de ganado de carne y juego, para las festividades; pero:

 

¿Qué tiene de relación esta información con la preservación?

 

Hay un antiguo dicho popular que afirma: “Quién no conoce su historia, está condenado a repetirla”

 

Y es menester de nuestra tradición popular conocer cómo estos cambios históricos influyeron en el desequilibrio de ecosistemas de montaña, generando cambios ambientales que en algunos casos fueron irreversibles. La presencia excesiva de ganado dañó el ecosistema de páramo, ya que por costumbre se quemaba la paja y así esperaban que brote pasto para alimentar a los animales. Se cazaba pumas, osos y cóndores, por el supuesto ataque al ganado y poco conocimiento de introducción de plantas invasoras como el eucalipto, que alteraron ampliamente la fauna del sector.

 

Las consecuencias por poco cobran la total existencia del ave emblemática del país, el cóndor,  que ha sido declarado en peligro crítico de extinción, según el primer censo regional del cóndor andino en Ecuador, realizado en septiembre de 2017. A pesar de no observar la reducción de especies, 104 aproximadamente desde 2015, la destrucción de su hábitat, la poca presencia de cóndores jóvenes y semi adultos y el envenenamiento de la carroña mantienen al ave más grande de América en listado rojo.

 

En ese ambiente de caza, cultura del descarte y poco sentido de preservación, Augusto Granda despertó su curiosidad por saber qué hay más allá de su ventana en el barrio la Gasca, norte de Quito; cuando observaba en las mañanas al imponente Antisana. De pequeño iba a las faldas del Guagua Pichincha, actual sector del teleférico, para estar en contacto con la naturaleza. Su pasión siempre fueron las aves y su despertar profesional fue enraizado en la confianza que le dio su madre, para convertirse en Gestor Ambiental.

 

Lamentablemente, recuerda que su primer contacto con Antisana no fue del todo agradable. A pesar de que el amplio sector fue declarado reserva el 21 de julio de 1993, bajo el mandato de Sixto Durán Ballén, en un viaje de estudio y recreación en 2007, al querer ingresar a la gran hacienda, Augusto tuvo que retornar sin tener que avanzar mucho en su recorrido, ya que le solicitaron la cantidad de 20 dólares, un costo muy elevado y poco adecuado para el bolsillo de un estudiante.

 

Actualmente, Augusto se desempeña como guardaparque del Antisana y es el presidente de guardaparques a nivel nacional. Labora desde el 2011, luego de ganar un concurso de méritos y oposición como Gestor Ambiental. A pesar de haber sentido el gran regocijo de hacer lo que más gustaba, comprendía la gran responsabilidad de preservar aquello que aparentemente es insensible. Lo que hace primero, cuando recibe visitas al filo de paja de páramo, es aclarar cuál es el objetivo de cuidar tan preciado lugar.

 

“La Reserva Ecológica Antisana fue creada para conservar el hábitat del cóndor andino y preservar los ecosistemas de páramo, para posteriormente aprovechar (no explotar) los servicios ecosistémicos que el lugar puede brindar, tales como: abastecimiento de agua a la ciudad de Quito; contribuir con el desarrollo del ciclo de carbono y servicios culturales que llegaron por añadidura; los deportes de aventura y turismo, que han sido una enorme satisfacción para todos los que acá trabajamos”.

 

A propósito, ¿sabían ustedes que el Antisana abastece de agua a gran parte de la urbe capitalina?

 

Pues de ahí radica la gran importancia de este ecosistema de montaña. El 25 de septiembre de 2015, los líderes mundiales adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad, como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible, agenda enmarcada en el 2030. Dentro de estos objetivos, sobresale el cuidado de fuentes hídricas, de lo que se deduce la acelerada urgencia que se tiene de este líquido vital.

 

Cuando conocí a Patricio Muñoz, supe de inmediato que el trabajo de preservación que realizaba era bastante arduo, pero satisfactorio. Tenía sus botas enlodadas, lucía un abrigado gorro de lana, chompa holgada y lentes salpicados por las recurrentes lloviznas del lugar; pero siempre sonriente. Para él y Augusto, “no hay mejor oficina que el Antisana”, parafraseando su sentir. “La gratificante emoción de ver volar un cóndor, sentir el roce del viento en el rostro u observar a las osas alumbrar a sus crías en la orilla de la Mica, no tiene precio”.

 

Cuando charlamos, le pedí que me comente la importancia que tiene el servicio hídrico de la laguna y por qué había dedicado su vida para este trabajo. Con mucha serenidad inició por la segunda pregunta. “Pocas personas conocen el lugar, como nosotros”. Antisana cuenta con quince guardaparques operativos, tres técnicos, una secretaria y un jefe administrador. Todos profesionales en turismo, proyectos de ecoturismo y educación. El plus es que la mayoría de guardaparques son habitantes del sector, pertenecen a Pintag y desde niños conocen el Antisana, sus senderos y reconocen sus especies; son la riqueza de la reserva desde su saber empírico y ancestral. Un equipo plenamente multidisciplinario.

 

Patricio, desde joven, recurría el lugar. Sabe montar muy bien a caballo y es uno de los guardaparques más experimentados. Esta experiencia se la debe a que en 1981 tuvo la oportunidad de asistir en el trabajo a Juan Black, biólogo y precursor de la creación de esta reserva, que, en 2018, cumplió 25 años al servicio de la nación en labores de preservación. “El trabajo de guardaparque es bastante arduo y ante esa exigencia supe que la profesionalización era una necesidad, por ello me titulé como Técnico Forestal”. Con título en mano, el Ministerio del Ambiente le ofreció el puesto de Guarda Páramos de la Reserva.  Con el nombramiento y su convivencia diaria en esta área, el Antisana se convirtió en su segundo hogar; tanto así que ya son aproximadamente cincuenta años de entera dedicación al sitio.

 

Mientras conversamos, me señala la laguna de la Mica y entre suspiro afirma: “Es tan hermosa, así como importante”. En el diálogo también nos acompañaba Augusto, que, con entera confianza, mencionó: “Si la gente supiera que Mica tiene veinte y seis millones de metros cúbicos de agua; 5,2 kilómetros de largo, está rodeada de ecosistemas de páramos, humedales y deshielos de la zona nival del Antisana, abastecidos con la lluvia pertinente y vertientes del Hatuhayco e Idiguchi, creo que todos ayudarían un poco y cerrarían la llave de agua en casa, cuidando este recurso preciado. Por más que se la vea llena, el agua se nos está acabando”.

 

El agua que aquí nace, se vierte en más de 2 000 litros por segundo hasta la planta del Troje, al sur de la ciudad; de ahí se divide para media capital, específicamente de Caupicho a la Carolina, beneficiando a cerca de 650 000 habitantes. Los ecosistemas de páramo son de vital importancia para la prestación de este servicio. La meta 6.6 de los [1]ODS exhorta que, para el 2020, se debe proteger y restaurar los ecosistemas relacionados con el agua, incluidas las montañas, bosques, humedales y, por ende, los páramos.

 

La mejor manera de diferenciar un páramo o un ecosistema de los andes tropicales es a través de su vegetación. A esta división, Josse et al (2009) las nombra regiones Fitogeográficas. En la Reserva Ecológica Antisana, los páramos húmedos y los humedales altoandinos y altomontanos, cumplen varias funciones específicas que permiten la prestación de servicios. Cuando se recorre los senderos del sector, es común percatarse que el suelo es inconsistente y oscuro; esto se debe a que los páramos son un importante depósito de carbono, almacenado en forma de materia orgánica.

 

A pesar de que los senderos de la Reserva están bien demarcados y muchos de estos son hábitat de pequeños conejos, Augusto aclara que la poca intervención realizada en el lugar, permite al turista caminar, conocer y no alterar el ecosistema. “Estos páramos son el mayor proveedor de agua en el rango de su distribución, por eso están cerca de la laguna. De esa manera regulan cuánta agua se dirige a la gran Mica, sin exceder lo que biológicamente permite. Como guardaparques debemos saber estos datos, solo explicando de manera intuitiva y sencilla; la gente comprende y cuida”.

 

Mientras caminamos por los porosos e inconsistentes senderos de páramo, se siente el ruidoso silbido del viento, como presagiando una lluvia; la paja siempre pasa mojada y el arrullo de un río se escucha cada vez más fuerte. Créanme, el viento sopla y con algo de pizcas de agua en el rostro, no es fácil entablar diálogo. Al retornar a la base de ingreso, Patricio se dirige a la garita para registrar el acceso de turistas. Todo es gratuito, a excepción del vasito de café, que en ese frio sienta bien, pero tiene un costo porque la reserva hace convenios con personas que ayudan en el mantenimiento de los ecosistemas, y se les retribuye con el permiso de venta de bebidas calientes necesarias para los visitantes.

 

Luego de endulzar mi café y reposar sobre una rústica banca de madera, observo algunas imágenes referentes a las especies que habitan el lugar, así como de las actividades que los guardaparques realizan. Después de unos minutos, Augusto ingresa a la pequeña cabaña en la que estaba y me dice; ¿Continuamos?

 

Con todo gusto – Respondí

 

“Para nosotros Antisana, es un gran lugar de trabajo; imagínate son cientos y miles de hectáreas, hay muchas cosas que nos falta conocer y descubrir; sin embargo, la investigación hasta hoy realizada, ha sido muy satisfactoria; en lo personal, me alegra bastante” rememora Augusto. A pesar de aquello, existen problemas que, con paciencia y conciencia, han debido afrontar. El Ecuador es el segundo país en Latinoamérica que más dedica territorio para conservar y proteger; cerca del 20% de metros cuadrados pertenecientes a la nación es reserva protegida y esa gran cantidad implica más esfuerzo y profesionalismo.

 

“Como guardaparques, no hay entrada fija; varia entre seis y ocho de la mañana; desayunamos en el puesto de control y nos desplazamos a pie, camioneta o caballo, recorriendo entre treinta y treinta y cinco kilómetros al día para así realizar las actividades encomendadas. Cuando no se presenta ninguna novedad, retornamos a las cinco de la tarde o, en ocasiones, debemos pernoctar, permaneciendo hasta una semana en el interior de la reserva”.

 

Cuando Augusto menciona esas “novedades” que en ocasiones los extreman de lo rutinario de sus jornadas, recuerda un episodio no tan alentador que sucedió hace unos años. Dos venados, animales protegidos por la reserva, fueron encontrados muertos por disparo de perdigón. Este caso que fue de conocimiento público enlutó el trabajo que a bien de la preservación se realiza. Este se sumó al triste episodio de la muerte del cóndor Felipe en 2015, que, tras recibir tres impactos de bala, pereció, dejando en hilo la labor de ubicación de dormideros, que realizaban los biólogos e investigadores. “No se puede permitir que la mano del hombre acabe con lo preciado que la naturaleza nos da. Si queremos iniciar una labor de preservación, es comprendiendo la importancia que tiene la vida de un ser vivo”, afirma Augusto.

 

Tras lo sucedido, los culpables fueron condenados a cuatro años de prisión y debieron pagar una multa de seis mil dólares americanos, que fueron destinados para actividades de investigación. Para el guardaparque, esta acción es la más adecuada; no hay otra forma de sancionar los actos de violencia con la vida silvestre. Según el Código Orgánico Ambiental, la caza de animales en zonas protegidas es un delito que puede pagarse hasta con cinco años de cárcel. “Para nosotros, como Reserva, la adecuación de este código fue acertada; desde 1980 no había sido modificada y eso hablaba de lo obsoleto que era el aparato legal ambiental en el país”, relata.

 

A pesar de este significativo avance, Augusto cree que aún existen leves falencias que se deben corregir, sobre todo en el ámbito judicial. Aunque no sea recurrente el pasar por procesos legales relacionados con el medio ambiente, los jueces a cargo de llevar los casos que él ha atestiguado han mostrado poca o nula formación en leyes ambientales. Dejando en claro que no basta con conocer cómo juzgar el delito, sino el origen y contexto del mismo.

 

Cuando se ingresa a la reserva, es común encontrar algunas casas antiguas, otras convertidas en lodges o restaurantes y unas más distantes que se muestran como haciendas ganaderas. La leche que se expende en el sector es fuente de ingreso de muchas familias, tanto como la agricultura y trabajo de la tierra, han sido actividades realizadas hace décadas en los barrios aledaños.

 

Tras la descripción de ese detalle, ¿cómo es la relación de acuerdos entre los propietarios de estos terrenos y la Reserva?

 

He tenido la oportunidad de viajar varias veces a Antisana; creo que ver volar al cóndor en su hábitat natural es una experiencia que muy pocas veces se puede disfrutar y tras cumplir ese anhelado sueño, compartí experiencias con algunos habitantes cercanos a la reserva. Los restaurantes no son cinco estrellas, ni nada por el estilo; más bien, en lo rústico de un mantel tejido a mano y una fuente llena de habas, melloco y queso, conversé con doña Inés, mujer de 84 años de edad que ha vivido toda su vida en el sector, conocido como Secas. Acá es común el Isco o dormidero de cóndores, donde se puede apreciar a la majestuosa ave de los andes, abrir sus alas y surcar los cielos.

 

¿Esta es su casa doña Inés? Pregunté con voz alta. Ella ya no oía bien por su avanzada edad.

 

Claro que sí ­– respondió

 

“Fue la tierra de mis abuelos, mis padres y ahora de mis hijos y nietos”

 

Doña Inés o mamá Inés, como de cariño le dicen, contó a groso modo el cómo su casa fue de otros y, ahora, gracias a la Reforma Agraria, es de ella.

 

“Para mí la reforma lo cambió todo. Me entregaron el terreno que siempre me perteneció, a pesar de que hace varios años tuvimos que pasarla fuerte para conseguirlo”. Recuerda que estos terrenos fueron hacienda de propiedad pública. Aquí, sus padres vivieron y trabajaron para los patrones. Solían cosechar granos, cocinar con leña en ollas de barro, arar la tierra, tolar y sembrar papas, cebada, trigo, habas o maíz. Su actual morada se la dieron a su padre para trabajar y la casa para vivir, a cambio del trabajo forzado y sin remuneración.  “No nos reconocían nada, solo al que administraba la hacienda le pagaban, al resto no. Los patrones cogían las ganancias completas y si eran subestimados, los castigaban o apresaban. Estos abusos dejaron familias desintegradas, luto, olas de migración a la ciudad y violación de los derechos humanos”.

 

Así como este caso, hay otros similares, tanto dentro como fuera de la reserva; por ejemplo, María Luisa se dedica a la ordeña de vacas y venta de productos lácteos en la parroquia de Píntag. Todas las mañanas sube en su pequeña camioneta Datsun del 95´ hacia los terrenos donde tienen las cabezas de ganado. Esta es una actividad que la realizaron sus padres y que con el pasar de los años ha decrecido en el sostenimiento económico. Un litro de leche lo llegan a vender a 0.25 centavos de dólar y las ganancias oscilan entre 20 o 25 dólares al día, precaria cantidad para sostener a una familia.

 

Tanto Inés, como María Luisa, son conscientes de la cercanía de sus terrenos con la Reserva. María recuerda que, hace algunos años, los problemas que más aquejaban era la falta de agua; Por ello intervinieron los ecosistemas, para poder sacar el líquido vital, además de que el suelo era alterado a conveniencia de los agricultores, sembrando cualquier especie que diera fruto en sus tierras; el ganado siempre pasaba suelto por que el pasto escaseaba y se debía buscar alternativas para mantener su fuente de producción.

 

Estas alternativas, evidentemente, ocasionaron graves daños en el ecosistema; un fuerte incendio consumió cerca de 300 hectáreas pertenecientes a la reserva, destruyendo ecosistemas de flora y fauna endémica del sector. Ante esa problemática, Augusto afirma que el dialogo y cercanía con los moradores ha permitido llegar a acuerdos y soluciones viables para encontrar un beneficio mutuo. “Nosotros somos conscientes que detrás de ellos hay familias, niños, problemas, sueños; por eso, buscamos siempre soluciones”.

 

Como el Antisana alberga varios kilómetros cuadrados, es normal encontrar varias fitoregiones; en los bosques húmedos subtropicales cercanos a Baeza, provincia de Napo, este problema relacionado con los terrenos y la falta de control de ganado también ha ocasionado discrepancias entre agricultores y guarda parques, ya que el ataque de los osos de anteojos hacia el ganado de los moradores y la falta de control del hábitat de este ganado genera controversia entre ambos sectores.

 

Ante este problema y los anteriores mencionados, la reserva y el Ministerio del Ambiente han tomado medidas de concientización y capacitación para aplacar estos problemas. Por ejemplo, la creación de un programa de ganadería sostenible para la reducción de las interacciones oso – gente, en los andes norte del país, está en marcha con la convicción de aplacar el impasse.

 

Con referencia al tema agrícola y ganadero, Augusto menciona:

 

“La agricultura y ganadería se benefician del abastecimiento de agua que nace en el Antisana; la gente de las comunidades de Papallacta, Tambo, Cuyuja, Quijos, Cosanga. Archidona y Píntag, son ganaderos y agricultores y con la vertiente de agua destinada para ellos, se aplacó el problema de intervenir los ecosistemas. Lo ideal sería que los moradores comprendieran que el ganado no puede estar suelto, porque se debe respetar el equilibrio. Sólo así se evitará el contacto con animales silvestres”.

 

La Reserva Ecológica Antisana tiene una ampliación de la frontera agrícola, que promueve la tecnificación y mecanización de la agricultura con la ayuda de Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca del Ecuador (MAGAP); la idea es implantar técnicas de ganadería y agricultura no expansionistas y manejar los incendios de pajonales. En el centro de la parroquia de Píntag, diagonal al mercado y el estadio central, se ubica el Área Técnica del sector, perteneciente al MAGAP; esta oficina se encarga de impulsar la agricultura familiar, el emprendimiento microempresarial y la soberanía alimentaria del sector.

 

Luis Benítez, integrante del área técnica, aclara que el trabajo a realizar en cooperación con el Ministerio del Ambiente y Sistema Nacional de Áreas Protegidas, se encamina en incorporar el trabajo de los habitantes aledaños a la Reserva, capacitándolos en comprender que sus oficios deben ser responsables con el medio ambiente, garantizando la conservación del hábitat, cercando los terrenos de ganado y no introduciendo plantas que la reserva no permita. El Objetivo de Desarrollo Sostenible N.15 promueve la vida de los ecosistemas terrestres y en el área técnica se desarrollan actividades que involucren al agricultor y ganadero en este ecosistema.

 

El beneficio consiste en brindar capacitaciones y asistencia técnica para el cultivo de productos que se dan en la zona, entre ellos papa, trigo, cebada, habas y hortalizas. El equipo lo conforman seis técnicos entre veterinarios y agrónomos. El objetivo planteado es fomentar las innovaciones tecnológicas y poner en práctica nuevas técnicas de cultivo, dotando de insumos a pequeños y medianos productores. Prevén que esta actividad promueva varias acciones para el desarrollo rural y para el crecimiento sostenible de la producción y productividad, optando por el emprendimiento de la agricultura familiar campesina, desde mercados agroecológicos.

 

Este aliciente ha permitido que los moradores puedan acoplar su trabajo en pro de la preservación; sin embargo, hay un último inconveniente que afecta a algunos habitantes dentro de la reserva. Augusto menciona que la Ley Forestal y de Conservación de Áreas Naturales y de Vida Silvestre exige que, dentro de espacios conservados, pueden habitar sólo personas integrantes de pueblos o nacionalidades que ancestralmente han heredado ese territorio. Una viable solución sería la obtención del título de propiedad por parte de los moradores que no cumplen ese requisito dentro de zonas protegidas, acordando que el espacio cedido para habitar sea respetado bajo las normas de preservación de la Reserva Ecológica.

 

Tanto Augusto como Patricio son conscientes de que este tipo de problemas tienden a ser puntos de inflexión que deben corregirse y superarse. Hay otras dificultades circundantes, pero de menor riesgo. Por ejemplo, en el ascenso del barrio San Alfonso, existe un grave daño ecológico por una minera de extracción de material pétreo, perteneciente al Distrito Metropolitano de Quito. A pesar de estar distante a los ecosistemas de páramo, observan que el trabajo de extracción no se extienda de los permisos obtenidos, ya que cerca de las minas se encuentra un importante peñón de cóndores.

 

Igualmente, el imperioso cambio climático ya está acarreando consecuencias. Aunque el Antisana aún es glaciar, ha sufrido un retroceso. Hace 30 años, las estaciones de invierno y verano eran estables en el sector, característica climática que ha ido cambiando con el pasar de los años.  Por último, Augusto menciona que existe la presencia en exceso del Polylepys peruano, planta endémica de los andes tropicales. Si bien es no es una amenaza, se debe controlar el crecimiento invasivo de la misma, ya que ha desplazado los genes del Polylepys ecuatoriano, afectando y alterando el ecosistema.

 

La Reserva Ecológica Antisana se alza desde los 1 200 msnm y otra de las fitoregiones existentes, los bosques nublados, se han posicionado como potencial turístico y de conteo de aves y anfibios. Este es el hábitat del famoso anfibio de Antisana, pequeño animal en crítico peligro de extinción, también conocido como osornosapo, especie en peligro por la destrucción de hábitat. Lamentablemente, este tipo de fitoregiones son las más vulnerables al cambio de clima e impericias del ser humano.

 

Juan Carlos Clavijo es un joven biólogo ambiental. Trabaja en la ciudad de Quito y actualmente enseña a varios jóvenes de establecimientos educativos. Tiene un especial gusto por los ecosistemas de montaña. Para él, la preservación de especies como el ornosapo es de vital importancia. Conservar este tipo de fitoregiones permite potenciar el estudio de especies endémicas que mantienen el equilibrio ecosistémico, transmitiendo energía para la red trófica o cadena alimenticia.

 

“Cada ecosistema tiene una red trófica, que se define como un espacio en el que las especies se interrelacionan a través del agua y bajo la luz solar. Si se lo altera, matando un conejo, curiquinge o sapo, se afecta directamente a sus depredadores, y si se mata a los depredadores, las presas pueden crecer más de lo normal, dañando la fauna del lugar; todo es un nicho ecológico y cada especie cumple una función dentro del ecosistema”, explica.

 

Para Juan, al igual que Augusto y Patricio, las reservas no deben ser vistas como islas inexplorables; en estos lugares debe primar la investigación y, por medio del conocimiento, potenciar la conservación. Según el biólogo, al momento de preservar los ecosistemas se debe ver más allá de su utilidad. Es cierto que el ciclo del carbono es importante. Sin embargo, en las investigaciones deben primar otros beneficios que brindan las reservas naturales. “Quizás un dato que no sabían, es que los bosques dan vida a las precipitaciones. La famosa neblina que vemos en los bosques es el vapor que transpiran los árboles, el mismo que ayuda al ciclo del agua. Cuando estamos bajo un árbol, recibimos sombra, pero también nos enfriamos y el mundo necesita enfriarse para aplacar el calentamiento global”.

 

La mejor solución: sembrar árboles, no talarlos y preservarlos con todos sus ecosistemas.

 

Las reservas ecológicas son muy importantes. En todo sentido, garantizan un desarrollo sostenible, porque sostienen lo más valioso: LA VIDA, aquella que se promueve y defiende y la misma que se exhorta como un llamado urgente desde el Laudato Si del Papa Francisco.

 

Un adecuado aprovechamiento de su diversidad permitirá potenciar recursos poco explorados, por ejemplo, los genéticos, como medicinas beneficiosas para la salud. Recordemos que no todos los ecosistemas son resilientes; por ello, hay que apostarle a la no intervención y sí a la investigación.

 

El 1 de agosto de 2018 rompimos la barrera de utilización de recursos; lo que debimos gastar en un año, lo gastamos en siete meses. Los números están en rojo; la capacidad del planeta de sostenernos es cada vez más insostenible.

 

Antisana es un vocablo cañari que significa “montaña oscura”. Esperemos que esa oscuridad quede en nombre y permanezca como montaña que da vida. Entre el 25 y 30% del endemismo regional está en Ecuador y es urgente educar a las personas de cualquier estancia, urbe o rural, poblados remotos y cercanos a los páramos, sobre el trabajo del guardaparque y las reservas.

 

Es hora de empezar a cuidar la brisa de páramo -la misma que surca con su vuelo el ave sagrada de los andes, la que llevó a Alexander von Humboldt hace 200 años a estudiar la montaña, la que sintieron los Cayambes, esperando el mensaje del Dios Sol; esa brisa que lleva a Augusto y Patricio cada mañana a preservar lo que es de todos, la que sentí para contarles esta historia: la de la reserva del imponente y majestuoso Antisana.

 

[1] Objetivos de Desarrollo Sostenible