Precisamente, en tiempos actuales, hablar de Venezuela es un tema que trasciende a nivel mundial. La crisis económica que atraviesa el país, ha llevado a un plano de quiebre sus riquezas y con ello la calidad de vida de su población. La estabilidad social
SIGNIS Venezuela Joven – Adriana Lara, Beatriz Aponte y Gracie Brito
Al sonar arpa, cuatro y maracas, y seguidamente dar interpretación al “Alma Llanera”, es casi imposible que un venezolano se haga indiferente a esta canción convertida en el segundo himno que resume el orgullo nacional. “Yo nací en esta ribera”… así inicia esta valiosa pieza musical, que trae a la memoria las bondades de uno de los países latinoamericanos conocido por sus imponentes riquezas, majestuosas bellezas naturales, además de la calidad y don de servicio de su gente; así suena Venezuela y probablemente así la reclame un venezolano donde quiera que se encuentre.
Precisamente, en tiempos actuales hablar de Venezuela es un tema que ya va más allá de sus fronteras, trasciende a nivel mundial. La crisis económica que atraviesa el país, ha llevado a un plano de quiebre sus riquezas y con ello la calidad de vida de su población.
La inestabilidad social, el viciado escenario político antidemocrático, la ausencia de garantías, entre otros elementos, han frenado el desarrollo de un grupo clave para el futuro de la nación: la juventud.
A quién le duelen los jóvenes
Hacer mención del Alma Llanera y el sentimiento que produce entonarla es tan solo ejemplo de como la identidad motiva al hombre a ser parte de un determinado entorno o sociedad.
Es el sello e historia de vida heredada por padres y antepasados, con ella viene la cultura, la comida, las creencias espirituales, las tradiciones, el dialecto y la convivencia con familiares y seres queridos; los cuales se convierten en el arraigo que hace que, principalmente la juventud siente las bases de su futuro en la tierra que le permitieron nacer y desarrollar sus talentos, oficios y profesiones.
La realidad venezolana se ha intensificado como tema de interés para las grandes organizaciones e instituciones del mundo y por supuesto para las que hacen vida en el propio país, sin embargo, hasta qué punto estos grupos sociales profundizan lo que viven o sienten los jóvenes que cada día abandonan sueños, familia, amigos, trabajo, con el fin de labrar un futuro mejor para cultivar estabilidad y una verdadera paz.
Se puede decir que, si de hablar de cultura y tradiciones se trata, basta con profundizar la historia de los pueblos latinoamericanos y su gente. Y es innegable que los latinoamericanos aman sus raíces.
Lo antes expuesto deja claro que desde hace rato (mucho tiempo) le ha tocado el turno a los venezolanos. En primer lugar experimentar el desagradable sabor de ir perdiendo el acceso a los bienes y servicios de calidad, el deterioro de las instituciones públicas, la lucha desde la calle por el reclamo de los derechos sin ningún tipo de resultado positivo más que la pérdida de vidas, jóvenes por cierto, la desaparición de las medicinas y sus altos costos, la devaluación de la moneda, el tráfico de influencia, la inseguridad, aunado a la tajante división entre hermanos de un mismo pueblo y el discurso bien marcado que se alimenta por parte del gobierno en defensa de un proyecto político que ha llevado al país al abismo.
Toda esta explicación resume un ver de la realidad que crea cada día la diáspora venezolana conformada especialmente por jóvenes que, han tomado la difícil decisión de emigrar, indiscutiblemente no por gusto, sino por la necesidad de un cambio de vida que además les permita ayudar a sus demás familiares.
Se han alejado de sus seres queridos, dejando atrás la tierra que los vio nacer, incluso sin tener en planes un pronto regreso.
Esta realidad ha tocado a distintos estratos y entornos: estudiantes, deportistas, músicos pastoralistas, entre otros profesionales de distintas índoles. Han dejado atrás su identidad, sus gustos, su comodidad, el crecimiento profesional alcanzado. La pregunta obligada que surge es ¿aun así mantienen esperanzas? Esperanzas de vivir en un país donde haya justicia y oportunidades para todos como lo fue en alguna época.
Una tierra prospera para todos
Al ser consultados algunos jóvenes venezolanos se les preguntó por sus sueños, anhelos y preocupaciones. Jorge herrera, 26 años, estudiante universitario de la carrera ingeniería de sistemas, colaborador de la Pastoral Juvenil en una parroquia humilde de un populoso sector ubicado al sur del país, explica con preocupación que “el poco dinero que produzco no alcanza para mucho, eso es lo primero, pero además de mi futuro cercano, me preocupa que mi familia solo habla del día a día: la comida, la compra diaria y la salud de mis padres, pues las medicinas son escasas“, manifestó.
En otros tiempos Jorge con mucho esfuerzo y con un grupo de amigos pudo ir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Madrid 2011, dos años después con la misma suerte, la bendición de Dios, aunado al apoyo de mucha gente, pudo ir a la JMJ Río 2013 para conocer al papa Francisco.
A pesar de haber vivido estas oportunidades y experiencias de fe que engrandecieron su nivel cultural y social, Jorge, coordinador de un movimiento de pastoral juvenil, con 9 hermanos y padres separados, descarta por ahora emigrar del país.
El universitario tiene una esperanza: “una civilización del amor en Venezuela. Una sociedad justa, donde los méritos propios valgan, donde el trabajo vaya acompañado de respeto y donde se reconozcan principalmente los talentos, y la dignidad de la persona” dijo, al tiempo de expresar su preocupación por el entorno indiferente ante el prójimo que se ha formado en la sociedad.
Se ríe dudoso y con ojos de complicidad, afirma “yo creo en Jesús, aunque no veo en personas de la iglesia o de mi entorno dar testimonio de un Jesús cercano y valiente, capaz de entregarse sin importar las leyes de desenfreno que realmente nos están asfixiando”. Explicó a su parecer, que hace falta profundizar más los llamados del papa Francisco, los llamados de cambio y de paz.
En poco tiempo entrará a la casa de formación de la Sociedad Divino Salvador, (padres, hermanas y laicos salvatorianos) congregación fundada por el padre Francisco María de la Cruz Jordán el 8 de diciembre de 1881 en Roma. Allí experimentará una vivencia de fe que según él y quienes lo conocen de cerca, ha estado ignorando desde hace mucho tiempo. Pero de Venezuela no se va todavía. “Realmente no me quiero ir de mi país”.
Otra experiencia de vida es de la joven Lismar García, 28 años, administradora de empresas, atleta profesional, vive con su madre y sus tres hermanos mayores, aún no se ha casado. Al igual que Jorge, comentó que su principal intranquilidad es “no poder cubrir las necesidades básicas de mi hogar para ayudar a la familia, por eso aspiro un empleo que me permita solventar”.
Actualmente, Lismar alcanzó el puesto de analista de negocios en una prestigiosa entidad bancaria del país, sin embargo, reveló que ya estaba en el escritorio de sus jefes la renuncia, se va al exterior en busca de una mejor estabilidad.
“En un corto plazo espero irme a Colombia, un país que no conozco, pero quiero arriesgarme y asumir todos los retos que se me presenten. Lo he pensado mucho, es un viaje planificado y he ahorrado incluso toda mi ganancia para ello” dijo que busca crecer profesionalmente, a pesar que en Venezuela lo estaba logrando, el trabajo no le garantizaba una estabilidad financiera para ella y sus familiares. “La situación del país es bastante crítica, la economía no me lo permite” agregó.
Una nueva carrera en la pista
Además de los obstáculos a los que se enfrenta todo inmigrante, la xenofobia se suma como otro problema, la cual se ha generado en otros países tras el éxodo venezolano; por ello, a Lismar le asusta especialmente encontrarse con gente que quiera hacerle daño, que pretenda abusar de la vulnerabilidad laboral de su situación o sencillamente no le tienda la mano.
En Colombia la espera una amiga que le abre las puertas de su casa y la ayudará a conseguir empleo, incluso antes de abandonar el país que la vio nacer y en donde deja a todos los que la aman y la han visto crecer. En su planificación ha investigado las opciones más económicas para viajar, hasta ahora por tierra es la alternativa que más le conviene.
Desde el estado Bolívar tendrá que atravesar relativamente todo el país para llegar al estado Táchira y encaminarse hacia la frontera colombiana. Un aproximado de más de 24 horas en bus que abordará en la terminal de Puerto Ordaz, una localidad conocida por su alta planificación y complejos industriales a cargo del gobierno venezolano, que prácticamente han quedado en los más bajos niveles de producción. Allí, tiempo atrás aspiraba trabajar la mayoría de todos los venezolanos en la década de los 90.
Era la mejor época, la época dorada de Ciudad Guayana y del país. Finalmente, dijo lentamente y en tono más bajo, sin sonar tan entusiasta: “mi esperanza es que la situación pueda mejorar para regresar junto a mi familia”. A parte de sus ahorros, algunos recuerdos y objetos personales, Lismar se va con la confianza puesta en Dios. “Me voy pero me llevo mi experiencia profesional, ganas de trabajar como siempre las he tenido porque no le tengo miedo al trabajo, mi formación espiritual y mi fe; estoy segura que cada paso de mi vida será iluminado y guiado por Dios”.
Estas son tan solo dos historias de jóvenes venezolanos que mantienen la esperanza de vivir en un mejor país, por ende, hay mucho que hacer y desde múltiples instancias que, principalmente estén iluminadas por el espíritu. Un problema nacional hoy trasciende, una sociedad en busca de paz, seguridad y mejores condiciones de vida.
Un problema que genera malestar en naciones que comienzan a sentirse amenazadas por la cantidad de migrantes que llegan con propuestas y búsqueda de oportunidades. Hoy se ven como una amenaza laboral, cultural y social. Es necesaria una respuesta integral y solidaria de la región.
Lamentablemente hasta la fecha no hay cifras exactas de la cantidad de venezolanos que se encuentran en el exterior, sin embargo, estudio e investigaciones indican que ha crecido exponencialmente en los últimos 2 años y, posiblemente alcance la cantidad de más de 3 millones de personas, siendo 2017 el año de mayor éxodo para el país.
Asimismo, en lo que va de 2018, semanalmente un aproximado de 5 venezolanos abandona su país. No obstante, el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (Saime) de Venezuela y el Instituto Nacional de Estadísticas venezolano no han hecho públicas las cifras sobre emigración en el país.